Apenas puse un pie en la vereda, una furiosa ráfaga de viento me abofeteó en la jeta y precipitó la caída de una exagerada cantidad de hojas secas sobre mí. Fue como una especie de lluvia de hojas muertas exclusiva, una ducha personal de invierno, cortesía de la estación que más odio. Era una coincidencia extraña aquello, pero supongo que todas las coincidencias lo son. Solo atiné a pensar que con ese viento podría ocurrir cualquier cosa. Por lo demás, caminar me estaba haciendo bien. Me estaba ordenando las ideas. Era bueno descubrir que todavía tenía algunas ideas. Me perdí en mis pensamientos. Ahora me acuerdo: pensaba, por ejemplo, que si se cobrara impuestos por pensar y opinar pelotudeces, habría superávit fiscal. A las viejas no les alcanzaría la jubilación, lamentablemente. Los encargados de edificios reclamarían constantemente aumento de sueldo. Las expensas se dispararían a las nubes. Quedarían exentos los menores que repiten lo que escuchan en sus casas. Habría que proponerlo en serio, che. Tendría que decirle a Vargas que lo tire en su columna, ya que él escribe tantas boludeces. Nuestra revista pagaría más impuestos que ninguna otra, desde luego.
Venía pensando estas gansadas, cuando giré en una esquina y de pronto la cuadra me resultó extraña. Primero me desorienté un poco, dí unas cuantas vueltas, pero no reconocí las calles que había dejado atrás. Hasta que caí en la cuenta de que estaba perdido. Tomé por una calle empedrada y como a mitad de cuadra divisé dos edificios enormes. Era una cuadra de viviendas bajas y estos edificios debían de tener más de veinticinco pisos cada uno, según calculé. No tenían mucho que ver allí. Entre los dos había un kiosco minúsculo. En el espacio que normalmente ocuparía una puerta de calle, ahí estaba el kiosko. Siempre me llamó la atención cómo puede haber kioscos empotrados en una escalera. Es raro eso. Igual, yo andaba buscando las pastillas. Me acerqué, lentamente. Muy lentamente. Ando medio rengo de la pierna izquierda. Y peso mis buenos noventa y cinco kilos. Se estaba oscureciendo rápidamente. El viento no aflojaba. Llovería en cualquier momento. Pero ahora tenía dos cuestiones que resolver: conseguir las pastillas y averiguar dónde estaba. Todo eso podía hacerlo en el kiosco.
La primera persona que vi desde que había salido a la calle estaba comprando allí. Era una mujer. De pelo corto, cintura ajustada en una chaqueta de cuero. Contemplé su perfil con agrado. Iba bastante desabrigada. Cuando finalmente llegué, ella se dio vuelta en mi dirección y antes de retirarse me dijo:
-Deja que te dé un consejo: sé sincero, él sabe más de lo que imaginas.
Se calzó nuevamente sus lentes oscuros y se perdió en la tarde.
No la seguí, soy medio lento de reflejos. Contemplé su retirada con agrado. No entendí qué me había querido decir.
Encaré al vendedor. Negro, enorme, completamente pelado. Escondía sus ojos tras unas gafas negras y redondas montadas directamente sobre su nariz, sin las patillas. Le pedí las D.R.F. de menta.
No tenía.
La puta madre.
El tipo sonrió. Levemente, de costado. Me preguntó si estaba perdido. Afirmé, aunque después me dí cuenta de que el negro había querido decir si me sentía perdido. Quise corregirme, pero ya era tarde:
-Puedo verlo en tus ojos. Tienes la mirada de un hombre que acepta lo que ve porque espera despertarse. Crees en el destino?
No esperó mi respuesta.
-Te explicaré por qué estás aquí. Estás porque sabes algo. Aunque lo que sabes no lo puedes explicar. Pero lo percibes. Ha sido así durante toda tu vida. Algo no funciona en el mundo. No sabes lo que es, pero está ahí como una astilla clavada en tu mente y te está enloqueciendo. Esa sensación te ha traído hasta mí. Sabes de lo que estoy hablando?
-La jugada de Palacio...
-Exacto, la jugada de Palacio.
El viento se detuvo completamente. Pude distinguir el aletear presuroso de un gorrión antes de que las primeras gotas de lluvia cayeran sobre mi cuerpo. Estaba empezando a sentirme aturdido.
Por un momento creí comprender todo. El negro me explicaba aquello que yo y que algún que otro señor gordo siempre habíamos sospechado: en La Matrix los alemanes eran los Agentes Smith. Nadie podía derrotarlos. Toda posibilidad de vencerlos era ilusión. Todo siempre había sido una ilusión. Nadie nunca les había ganado realmente. No podía ser de otra manera. El negro hablaba pausado, casi separando en sílabas las oraciones. Me estaba revelando todo.
-Como el famoso gol a Inglaterra en el'86, por ejemplo. Un tipo avispado como tu seguramente habrá notado que esa jugada no es normal. Ahí tienes a Matrix. La realidad es que a Maradona le sacaron la segunda amarilla por pegar de atrás y lo expulsaron faltando quince minutos. La primera había sido cuando tocó la pelota con la mano. Ganaron los ingleses uno a cero. Pero si estás metido en La Matrix te crees lo del gol eludiendo a medio equipo. Entiendes a qué me refiero? Lo del '78 con los seis goles a Perú ni te lo tengo que explicar.
No lograba comprender del todo si ahora estábamos dentro o fuera de La Matrix, si de pronto yo podría saltar desde una azotea a otra, o esquivar balas, o cuándo fue que se desconfiguró esa mierda; qué parte de los noventas y de la década ganada eran reales y cuáles no. En mi cabeza había una locomotora silbando a toda velocidad igual que en la de Michael Corleone en el baño del Louis(esa genialidad de Murch!)
El negro buscó entre las golosinas que tenía exhibidas dos paquetes de pastillas diferentes (que para mí eran Mentoplus) Extrajo con muchísimo cuidado una pastilla de cada uno y las colocó una en cada mano.
- Si tomas la pastilla azul, Palacio la toca suave por abajo, Neuer queda pagando, gol de Argentina y todos al Obelisco. Si elijes la pastilla roja, todo se queda como hasta ahora.
Me la había puesto muy jodida, el cabrón. Todo este tiempo yo no había hecho más que pensar en esa jugada. Todo ese grito atragantado explotándome por dentro a cada minuto. Y luego el gol de ellos, frío, displicente, al trotecito, una jugada en mute. Sólo tenía que tomar la pastilla azul, la jodida pastilla azul, como el color de la camiseta que usamos ese día.
- Está bien, jefe, no se preocupe- dije finalmente. Si no tiene D.R.F. me fijo en otro kiosco.
Me alejé de allí buscando a quién preguntar dónde estaba. Desde hacia varios meses yo sabía que Mendoza se estaba acostando con mi mujer. Pero yo prefería pensar en otra cosa.
Venía pensando estas gansadas, cuando giré en una esquina y de pronto la cuadra me resultó extraña. Primero me desorienté un poco, dí unas cuantas vueltas, pero no reconocí las calles que había dejado atrás. Hasta que caí en la cuenta de que estaba perdido. Tomé por una calle empedrada y como a mitad de cuadra divisé dos edificios enormes. Era una cuadra de viviendas bajas y estos edificios debían de tener más de veinticinco pisos cada uno, según calculé. No tenían mucho que ver allí. Entre los dos había un kiosco minúsculo. En el espacio que normalmente ocuparía una puerta de calle, ahí estaba el kiosko. Siempre me llamó la atención cómo puede haber kioscos empotrados en una escalera. Es raro eso. Igual, yo andaba buscando las pastillas. Me acerqué, lentamente. Muy lentamente. Ando medio rengo de la pierna izquierda. Y peso mis buenos noventa y cinco kilos. Se estaba oscureciendo rápidamente. El viento no aflojaba. Llovería en cualquier momento. Pero ahora tenía dos cuestiones que resolver: conseguir las pastillas y averiguar dónde estaba. Todo eso podía hacerlo en el kiosco.
La primera persona que vi desde que había salido a la calle estaba comprando allí. Era una mujer. De pelo corto, cintura ajustada en una chaqueta de cuero. Contemplé su perfil con agrado. Iba bastante desabrigada. Cuando finalmente llegué, ella se dio vuelta en mi dirección y antes de retirarse me dijo:
-Deja que te dé un consejo: sé sincero, él sabe más de lo que imaginas.
Se calzó nuevamente sus lentes oscuros y se perdió en la tarde.
No la seguí, soy medio lento de reflejos. Contemplé su retirada con agrado. No entendí qué me había querido decir.
Encaré al vendedor. Negro, enorme, completamente pelado. Escondía sus ojos tras unas gafas negras y redondas montadas directamente sobre su nariz, sin las patillas. Le pedí las D.R.F. de menta.
No tenía.
La puta madre.
El tipo sonrió. Levemente, de costado. Me preguntó si estaba perdido. Afirmé, aunque después me dí cuenta de que el negro había querido decir si me sentía perdido. Quise corregirme, pero ya era tarde:
-Puedo verlo en tus ojos. Tienes la mirada de un hombre que acepta lo que ve porque espera despertarse. Crees en el destino?
No esperó mi respuesta.
-Te explicaré por qué estás aquí. Estás porque sabes algo. Aunque lo que sabes no lo puedes explicar. Pero lo percibes. Ha sido así durante toda tu vida. Algo no funciona en el mundo. No sabes lo que es, pero está ahí como una astilla clavada en tu mente y te está enloqueciendo. Esa sensación te ha traído hasta mí. Sabes de lo que estoy hablando?
-La jugada de Palacio...
-Exacto, la jugada de Palacio.
El viento se detuvo completamente. Pude distinguir el aletear presuroso de un gorrión antes de que las primeras gotas de lluvia cayeran sobre mi cuerpo. Estaba empezando a sentirme aturdido.
Por un momento creí comprender todo. El negro me explicaba aquello que yo y que algún que otro señor gordo siempre habíamos sospechado: en La Matrix los alemanes eran los Agentes Smith. Nadie podía derrotarlos. Toda posibilidad de vencerlos era ilusión. Todo siempre había sido una ilusión. Nadie nunca les había ganado realmente. No podía ser de otra manera. El negro hablaba pausado, casi separando en sílabas las oraciones. Me estaba revelando todo.
-Como el famoso gol a Inglaterra en el'86, por ejemplo. Un tipo avispado como tu seguramente habrá notado que esa jugada no es normal. Ahí tienes a Matrix. La realidad es que a Maradona le sacaron la segunda amarilla por pegar de atrás y lo expulsaron faltando quince minutos. La primera había sido cuando tocó la pelota con la mano. Ganaron los ingleses uno a cero. Pero si estás metido en La Matrix te crees lo del gol eludiendo a medio equipo. Entiendes a qué me refiero? Lo del '78 con los seis goles a Perú ni te lo tengo que explicar.
No lograba comprender del todo si ahora estábamos dentro o fuera de La Matrix, si de pronto yo podría saltar desde una azotea a otra, o esquivar balas, o cuándo fue que se desconfiguró esa mierda; qué parte de los noventas y de la década ganada eran reales y cuáles no. En mi cabeza había una locomotora silbando a toda velocidad igual que en la de Michael Corleone en el baño del Louis(esa genialidad de Murch!)
El negro buscó entre las golosinas que tenía exhibidas dos paquetes de pastillas diferentes (que para mí eran Mentoplus) Extrajo con muchísimo cuidado una pastilla de cada uno y las colocó una en cada mano.
- Si tomas la pastilla azul, Palacio la toca suave por abajo, Neuer queda pagando, gol de Argentina y todos al Obelisco. Si elijes la pastilla roja, todo se queda como hasta ahora.
Me la había puesto muy jodida, el cabrón. Todo este tiempo yo no había hecho más que pensar en esa jugada. Todo ese grito atragantado explotándome por dentro a cada minuto. Y luego el gol de ellos, frío, displicente, al trotecito, una jugada en mute. Sólo tenía que tomar la pastilla azul, la jodida pastilla azul, como el color de la camiseta que usamos ese día.
- Está bien, jefe, no se preocupe- dije finalmente. Si no tiene D.R.F. me fijo en otro kiosco.
Me alejé de allí buscando a quién preguntar dónde estaba. Desde hacia varios meses yo sabía que Mendoza se estaba acostando con mi mujer. Pero yo prefería pensar en otra cosa.
Este cuento lo tenías guardado para ponernos en nuestro sitio, canalla. No sabía que tuvieras tan linda la nevera.
ResponderEliminarNo contaban con mi astucia!
EliminarMuchas Gracias. Voy a seguir buscando a ver qué más puede haber allí.
Saludos!
Tal cual, yo sospechaba que este tipo los tenía buenos y guardados, por eso lo apuré. Me llamó un poco la atención los giros españoles. La historia excelente. Un buen momento, gracias.
ResponderEliminarMuchas Gracias, maestro.
EliminarEl tema de los giros españoles puede ser porque:
1-Los parlamentos son la traducción exacta de las escenas del film
2-Demasiados escritores Anagrama
3-Tengo problemas
Saludos!
uf, excelente. Buena idea lo de la matrix. La pastilla azul yo también la tomo para que ocurran los goles, ja. Te tenía fe sin haberte leído. Bien, me gustó. Mendoza es un traidor, como Cobos, que es de ahí. Te mando un abrazo virtual, tan matrix ...
ResponderEliminarMuchas Gracias, Doctor.
EliminarSe aprecia mucho el comentario.
Seguimos pendiente por allí de su historia.
Abrazo.
Te sigo, te leo, te mando beso. Gran cuento!!
ResponderEliminarQué gran sorpresa este comentario!
EliminarMe alegra mucho que le haya gustado.
Ahí comencé a seguir sus andanzas por Ecuador.
Saludos!
Me gusto mucho The Viila... Hoy el destino me dio una buena jugada y pude leerlo.
ResponderEliminarMuchas Gracias, Anónimo.
EliminarQué onírico Villa! Muy buenas imágenes, ese kioskito entre dos edificios... me encantan cuando los cuentos me dejan fotos. Abrazo!
ResponderEliminarGracias, Talita! Y es un cuento de fútbol, eh. Vamos que la hacemos fanática.
EliminarAbrazo de gol!
Que buen cuento don Villa!!!!
ResponderEliminarle felicito!
Ey, muchas gracias pez que volvió a andar como siempre anduvo!
EliminarA ver cuando se pone otra vez panza pa'arriba y da una segunda vuelta.
Saludos!
Paciencia don Villa...ya va a saber de Panza.
EliminarNo con forma de pez, cuando empiece a rolar la maquinaria le aviso.
un abrazo
tirame un correo al rleiva@terniumsiderar.com que tengo algo para preguntarte villa..
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