miércoles, 4 de enero de 2012

MEDIO PELO

Hay un chiste que debería dejar de hacer. Sobre todo a los peluqueros. He visto que no les causa ninguna gracia, y aun así lo sigo haciendo. Cada vez que me cortan el pelo les hago el mismo comentario. Pretendo acotar algo gracioso para distender la situación (realmente no me siento cómodo cuando me cortan el pelo), pero por alguna razón a ellos no les divierte. Y se vengan en mi cabeza. Nunca me voy conforme de la peluquería. Y sin embargo sigo yendo. Y sin embargo sigo repitiendo una y otra vez el mismo chiste.
Aunque nunca vuelvo al último lugar donde me cortaron. Es una regla que me impuse en algún momento y por superstición la sigo cumpliendo (supongo que mientras me mantenga con vida voy a seguir creyendo que las cábalas me dan resultados). No hay mucho más que explicar.
El mes pasado rompí la regla y al tercer día de haberme cortado regresé a la peluquería a buscar al mismo individuo que lo había hecho. Esta vez no iba a contarle el chiste de los peluqueros. Estaba atendiendo, de modo que dejé pasar mi turno hasta esperarlo a él. Todo tiene una explicación.
Tres meses atrás había recibido la invitación a un casamiento. No me preocupé por nada sino hasta la semana previa a la ceremonia. Es decir, que no me ocupé de ir a la tienda de regalos a escoger un presente; ni de comprobar si todavía me quedaba bien alguno de los trajes; ni de arreglar un poco mi apariencia (esto incluiría cortarme el pelo, seguramente). En cuanto al regalo, lo resolví con dinero en un sobre que les entregué a los novios en el salón. Los trajes no me entraban, pero el mismo día de la fiesta conseguí que uno de ellos me cerrara decentemente (otra prueba más de la existencia de Dios). Sin más remedio fui a la peluquería.
Sábado al mediodía. Mismo ritual de siempre: silla giratoria, delantal anti pelos, de frente al espejo, y pregunta oficial: cómo te gustaría cortarte. Para qué te preguntan? Al margen de que vayan a cortarte como ellos quieran, yo no soy peluquero, y tampoco sé cómo quiero cortarme, no les puedo indicar. Cuando viajo en taxi le informo al taxista donde quiero ir y dejo que vaya por donde quiera, siempre y cuando me lleve adonde le indiqué. Es verdad que algunas veces lo guías un poco si el tipo está desorientado o shuffeas que te quiere pasear, pero sé que me subo en Retiro y me bajo en Palermo, si quiero ir a Palermo por ejemplo. Al peluquero no sé cómo guiarlo, no sé cómo explicarle que me gustaría el pelo así o asá, no estudié peluquería, nadie estudia peluquería, salvo los que quieren ser peluqueros. Y no estoy seguro de que sean muchos los que terminen el curso. En cierta oportunidad, uno de ellos me confesó que la peluquería era 10% de teoría y 90% de práctica. Bueno, es hora de que dejen de practicar conmigo y me corten bien de una buena vez.
En esa ocasión tenía el pelo muy mal crecido, desprolijo, desparejo, y seco. “Esto no es solo falta de cuidado, esto viene de un mal corte”, me dice el peluquero. Coincidí con él, ya que siempre me habían cortado mal, por lo tanto era lógico su diagnóstico. Le expliqué que esa noche tenía un casamiento y quería estar presentable. Intenté describir cómo quería el corte. Le advertí que no usaba gel, de modo que no intentara un corte arriesgado. Después hablamos del tiempo y le conté el chiste de los peluqueros.
Cuando te ponen el espejito en la nuca y se quedan quietos detrás tuyo, estas obligado a dar tu veredicto. Depende de si te estás conforme o no, te sacan el delantal y te liberan de la silla. En ese momento soy incapaz de discernir si me gusta o no cualquier cosa. Ni siquiera sé si me gusta el helado de dulce de leche, solo quiero irme. El peluquero se debe dar cuenta de esto, porque aprovecha y te pone gel, aun cuando le hayas especificado que no te gusta usarlo. Así disimulan el delito. Es su forma de limpiar la escena del crimen. El corte se ve bien hasta que el espejo de tu casa rompe el hechizo.
Toda vez que estas con algo de resaca luego de una fiesta, tenes que saber que ya hay alguien que inmediatamente está subiendo las fotos a una red social. Cuando vi las primeras imágenes en Facebook no tuve dudas de que se había cometido un acto criminal y que 1º) el crimen estaba en mi cabeza, la cual llevaba conmigo a todas partes y no solo a la fiesta, y 2º) había que reparar el daño urgente. Entonces decidí que esta vez fuera la escena del crimen la que volviera al asesino.
Así fue como retorné a la peluquería y quebranté por primera vez la regla de no regresar jamás a la última. Fui a buscar al responsable. Esta vez no iba a contarle el chiste de los peluqueros. El tipo estaba atendiendo, de modo que dejé pasar mi turno hasta esperarlo a él.
Martes al mediodía. Mismo ritual de siempre: silla giratoria, delantal anti pelos, de frente al espejo, y pregunta oficial: cómo te gustaría cortarte. Para qué te preguntan? En esa ocasión tenía el pelo muy mal cortado, desprolijo, desparejo, y seco. “Esto no es solo falta de cuidado, esto viene de un mal corte”, me dice el peluquero. Coincidí con él, ya que él mismo me había cortado mal, por lo tanto era lógico su diagnóstico. Estuvo de acuerdo en que no habría que pagar nuevamente si regresaba adonde habían hecho semejante desastre. Creo que no sospechó nada si no hasta verme salir de la peluquería sin pasar por la caja.

3 comentarios:

  1. Aleee y cual es el chiste que le decis a los peluqueros??, me quedo la duda!!! mañana contamelo!
    Caro

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  2. Muy bueno! Odio a los peluqueros, es algo irracional, jamás hacen lo que quiero o lo que les mando. Creo que ya hace 3 años que dejé de ir definitivamente. Por suerte tengo el pelo ondulado, así que me apaño bastante bien solita :)

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  3. Ahh quiero saber el chiste!! muy buena anécdota.

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