lunes, 16 de octubre de 2017

EL PERFUME DEL SOL

Cuando cae la tarde,
una tarde como esta,
que es todas las tardes de mi infancia,
todas las tardes de verano, quiero decir,
porque las otras cuentan poco o casi nada,
me refiero a las tardes entre deberes y nebulizaciones y ventolín,
esas no cuentan, mejor,
cuando cae la tarde así de roja
y los párpados se entrecierran hinchados
y los músculos de la cara se contraen
de tanto apretar los dientes
y el perfume del sol se impone
sobre el mate y los restos de la merienda
es mejor no pensar,
no abandonarse al recuerdo,
no claudicar a la emoción fácil y traicionera;
es mejor escribir
aunque sea esto, aunque no sea nada



Ahora estamos en un barrio más polenta, por llamarlo de alguna manera. Hay que caminarlo con ciertas precauciones. Voy desarrollando algunas habilidades para desenvolverme en los distintos barrios que me toca vivir y no sufrir percances innecesarios. Capacidad de adaptación. Mutaciones barriales. La Paternal, tratando de no ablandar demasiado la milanesa. Esta tarde estaba tirando en un contenedor algunos bártulos inservibles y registré una situación violenta: una pareja joven sentada en un escalón de entrada de edificio con varios pibes revoloteándoles, los dos estaban de visible mal humor, él fumando, ella con los brazos rendidos y con un crio a los pies tratando de hacerse upa. Uno de lo mocosos dice algo realmente ininteligible y el flaco le ladra: “hablá bien, no hablés como un peruano (sic)”. El nene le amaga con el globo que esgrimía en su mano derecha y el flaco sin moverse le advierte: “te lo hago cagar. No me jodás”.
Tiré las porquerías rápidamente y me alejé. En rigor no pasó nada, pero me angustió, porque seguramente aquello para esos chicos haya sido lo más suave que les pase en el día. El maltrato verbal, ni hablar del físico, seguramente sea algo natural. Pienso qué jodido debe ser crecer así, hacerse grande a los golpes y pasar por la infancia casi sin transitarla, lejos de la ingenuidad y de la alegría de ser chico. Probablemente ese padre, si es que era el padre, y muy probablemente lo fuera, haya vivido una niñez similar y así sus hijos etcétera. Claro que no lo exime en sus acciones, pero el atenuante cuenta a la hora de buscar entender los etcéteras.
Entonces es inevitable la comparación. Saberme feliz de infancia me obliga, me fuerza, me determina. Yo estoy compelido a que mis hijas tengan a su vez una niñez feliz, ahora que su verano eterno se está construyendo, tengo que trabajar arduamente en él para que mañana
o pasado mañana o cuando sea
puedan reconocerse afortunadas y felices
y una tarde cualquiera
o mejor dicho, no cualquier tarde
si no una tarde como esta
en la que los párpados se les entrecierren hinchados
y los músculos de la cara se les contraigan
de tanto apretar los dientes,
puedan abandonarse al recuerdo
y claudicar a la emoción fácil y maravillosa
de reconocer el perfume del sol
que atraviesa el tiempo
y se instala de una vez y para siempre

en todas las tardes de verano.

4 comentarios:

  1. Bueno, pues ya era hora. Y bien, ¿por dónde se lee? Ah, desde arriba hasta aquí. Oh, experimental. Oh, alusivo. Oh, talentoso. Vaya, me gusta. ¡Vaya!

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  2. Qué poco responde usted. ¿Le preocupa la economía? ¿Prefiere la vaga inmortalidad? ¿Acusa en el tema fans un cierto límite?

    No, de los saludos no me quejo. La educación en usted es siempre correcta. Puedo salir a la calle y presumir. Puedo decir: Hoy me saludo Villa. Y si alguien pregunta: ¿Villa?, decir yo: el Grande.

    Hay documento.

    Pero comprenda: solo de saludos no vive el fan.

    Queremos chicha.


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