“Ni se te ocurra”, escuché bien clara la voz de mi mujer. No me
sorprendió oírla. No me volví. Me quedé un rato más como estaba, incorporado en
la cama, vencido, agotado, mirando fijo por la ventana abierta a la noche y a
los pendejos del edificio de enfrente que no paraban con la música horrible a
todo volumen y sus voces desafinadas por encima de ella. Ni se te ocurra, había
dicho ella, pero a mí ya se me había ocurrido.
La primera vez también fue en verano. El calor me pela los
cables. Vivíamos en la parte pobre de la ciudad. Nosotros no éramos pobres,
pero vivíamos allí y éramos felices. El departamento era muy chico y como el
barrio era de los más postergados, era normal que se cortara la luz y no
volviera por varios días. La denominación postergados escondía una trampa.
Postergados para cuándo? Cuándo era el momento de ellos? Hacía parecer a la
pobreza como algo pasajero, que ya se iba a solucionar. Sólo que de momento
estaban postergados, digamos. El tiempo que vivimos allí comprobé lo duro de su
situación y no supe de ninguno que lo desposterguen.
Pero más allá de comprender yo tengo mis nervios, que son muy
delicados y se alteran fácilmente. Esa tarde el calor era asfixiante. Hacía
siete horas que se había cortado el suministro eléctrico. Los vecinos golpeaban
cacerolas en la esquina de la Avenida. La habían cortado en ambos sentidos. Los
oía como si estuvieran mucho más lejos. Yo sólo quería dormir la siesta. Era lo
único que se podía hacer. Como no sabíamos cuando iría a regresar la energía
nos tomamos todas las latas de cerveza que había en la heladera. Mi mujer
dormía. El gato dormía. Pero yo no. Sólo escuchaba el golpe de la cacerola de
los vecinos de enfrente. Eran tres en la terraza, que daba justo a la altura de
nuestro piso, el segundo. Tenían una sola cacerola y la golpeaban por turnos
con un cucharón estropeado. El barrigón la golpeaba menos seguido. Pero las dos
chicas sí que le daban con ganas. Los observaba desde la cama con los ojos
entreabiertos. El calor y la falta de luz me obligaba a mantener la ventana del
balcón abierta de par en par. Los árboles y la calle empedrada nos separaban,
pero yo sentía los golpes allí dentro de nuestro único ambiente. Por qué mierda
no se iban a protestar con los otros? El ruido de una cacerola solitaria, qué
podía conseguir? Sólo alterarme. Un golpeteo rítmico y absurdo en el medio de
la tarde, en el medio de la nada. Y no se iba a detener más. Soporté todo lo
que pude. Saqué el bolso del ropero y
armé el fusil. Tuve la precaución de ir a la terraza de nuestro edificio. Si se
abría una investigación, lo cual era muy poco probable, sólo podrían determinar
que la bala había sido disparaba desde allí. Deberían interrogar a todo el mundo.
Nadie se iba a tomar tanta molestia. Así que reventé la puerta de la terraza de
una patada, porque el inútil del encargado la cierra al pedo con llave todos
los fines de semana, y me dispuse a ponerle fin a aquel asunto. A esa altura
los árboles me tapaban completamente la visión de la terraza de enfrente. Podía
guiarme por el sonido de la cacerola, pero no era un tiro seguro, además de que
sólo conseguiría romper unas cuantas ramas y errar el disparo. Me sentí
frustrado. No se podía estar mucho allí arriba, el sol daba de lleno. Sólo por
el esfuerzo de subir ya estaba empapado en sudor. Bajé pateando los tachos de
basura de cada uno de los diez pisos hasta nuestro departamento. Eso me
tranquilizó un poco. Me desplomé al lado de mi mujer, rendido. Juro que lo
intenté, pero esa cacerola seguía allí martillándome la cabeza. Ahora veía a
una sola de las minas. Seguramente los otros se cansaron o se fueron a hacer lo
suyo. Me importó nada las pericias policiales y me aposté en el balcón con el FAL
buscando ángulo preciso. Por entre las ramas se abría un blanco hermoso. Sólo
un tiro en la frente de aquella enajenada y adiós cacerola para siempre. Otra
más que no saldría nunca del barrio, pensé. Estaba listo. Antes de disparar
escuché la voz de mi mujer que me recriminaba algo. Buen momento para despertarse.
La trayectoria de la bala fue impecable. Pasó limpia entre las ramas de los
eucaliptos y dio justo dónde yo había apuntado. Su mano soltó por fin la
cacerola, que cayó al suelo y reverberó por última vez en la tarde. El gato
también se despertó, pero no dijo nada que yo pudiera entender. Buscó
enloquecido una salida, se golpeó violentamente contra las patas de la mesa y
arañó la puerta hasta que mi mujer le abrió y se fue tras él gritándome loco y
animal y desquiciado y flor de hijo de puta y justo en ese momento volvió la
luz y pude poner a enfriar más cerveza.
La noche del karaoke fue distinta porque ya estaba dormido
cuando empezó el barullo enfrente. Me despabiló el griterío. Miré un rato largo
por la ventana tratando de entender qué tan divertido podía ser poner una
música horrenda y aullar por encima de ella y esmerarse por cantar más fuerte y
peor que el otro y pegar gritos de euforia y lanzar carcajadas espantosas y
pelearse por determinar quien ponía la canción más asquerosa. Algunas personas
realmente tienen problemas. Aguanté un poco menos. Supongo que los años me
fueron haciendo menos paciente. Entonces se me ocurrió que la solución era la
terraza. No importaba qué dijera mi mujer. Escuché su voz como a tantas otras
voces que revoloteaban por mi cabeza. Ella siempre tendría algo para decir,
aunque no estuviera allí esa noche, aunque hiciera cientos de años que me
hubiera abandonado. La terraza era indispensable porque el departamento de
enfrente me quedaba un poco arriba desde mi habitación. Desde la azotea tenía
un ángulo de tiro favorable. La ventana de los mocosos era bien amplia. Podía
distinguir claramente a nueve de ellos. Tres mujeres, casi seguro que cuatro
hombres y un ejemplar que a esa distancia podía ser cualquiera de las dos
cosas, y que después fue identificado como masculino. Empecé con las chicas, no
por una cuestión de caballerosidad, si no porque eran las que desafinaban más.
Además coincidía que pusieron justo un tema de Shakira, así que había cierta
armonía en la escena, por así decir. Acerté a dos en los primeros disparos, que
callaron sus voces inmediatamente y para siempre. La tercera se me escabulló un
poco porqué erré el tiro y le di a uno de los flacos que se interpuso de
chambón que debía ser nómas. Pero al cuarto intento también la hice cagar. Ya
no cantaban, o eso me parecía a mí, pero el griterío se volvió aún más insoportable.
Uno a uno le fui tirando a los demás que intentaban esconderse debajo de la
mesa o detrás de los sillones. Algún pelotudo apretó sin querer, o no, el botón
de repetir y el tema de Shakira siguió sonando mucho rato más. Los bajé a
todos, menos al andrógino que se me escapaba. Volteó la mesa y movió contra
ella uno de los sillones y se hizo una bolita detrás de esa trinchera, sin
dejar de cantar en ningún momento la canción que sonaba estúpidamente en los
parlantes. Cantaba dando gritos, unos gritos insoportables entrecortados por el
llanto y dónde están los ladrones? dónde está el asesino? estará revolcandoooooseeee
en la casa del vecino. Comprendí que nunca se iba a callar, que cantaría para
siempre. Y lo siguió haciendo. Siguió cantando incluso hasta que llegó la
Policía y trataron de contenerlo y lo bajaron hasta la calle y lo subieron al
patrullero y avanzaron algunas cuadras y hasta que uno de los agentes apagó su
voz para siempre de un balazo en la garganta.
Me encanta el humor negro! El final es glorioso, todavía me estoy riendo. La verdad es que los putos vecinos son siempre insoportables. Buenísimo el relato. Abrazo!!
ResponderEliminarMuchas Gracias. Valoro mucho el comentario viniendo de vos.
EliminarAbrazo grande.
Me encantó. Sobre todo el final, coincido con Germán, es genial.
ResponderEliminarMuchas Gracias. Me alegra que le guste y que haya regresado a comentar.
EliminarSaludos!
Muy bueno el escrito!! tengo en la cabeza con voz y todo el "ni se te ocurra" :P
ResponderEliminarSaludos!!
Bueno, espero que la voz no le persiga por mucho tiempo.
EliminarMuchas Gracias, Don Pocholo.
Saludos!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQué personajes los tuyos! Están más locos que los míos, y eso ya es mucho decir...
ResponderEliminarMuy bueno, eh. Mi marido estaría de acuerdo con eliminar cualquier referencia a Shakira de la faz de la tierra.
Abrazo!
La verdad es que se los extraña mucho a sus personajes. Qué se podrá hacer al respecto?
EliminarSe agradece el elogio, doña.
Saludos a Manuel, su marido.
Abrazo grande!
Don villa! Usted está realmente loco! ¿No sabe el ruido que hace un FAL?
ResponderEliminarOiga Don Panza, no se confunda. Los que están locos son mis personajes, hombre!
EliminarEs verdad que las gomeras son menos ruidosas, pero también menos efectivas.
Saludos!