miércoles, 20 de enero de 2016

LA SOLUCION

“Ni se te ocurra”, escuché bien clara la voz de mi mujer. No me sorprendió oírla. No me volví. Me quedé un rato más como estaba, incorporado en la cama, vencido, agotado, mirando fijo por la ventana abierta a la noche y a los pendejos del edificio de enfrente que no paraban con la música horrible a todo volumen y sus voces desafinadas por encima de ella. Ni se te ocurra, había dicho ella, pero a mí ya se me había ocurrido.

La primera vez también fue en verano. El calor me pela los cables. Vivíamos en la parte pobre de la ciudad. Nosotros no éramos pobres, pero vivíamos allí y éramos felices. El departamento era muy chico y como el barrio era de los más postergados, era normal que se cortara la luz y no volviera por varios días. La denominación postergados escondía una trampa. Postergados para cuándo? Cuándo era el momento de ellos? Hacía parecer a la pobreza como algo pasajero, que ya se iba a solucionar. Sólo que de momento estaban postergados, digamos. El tiempo que vivimos allí comprobé lo duro de su situación y no supe de ninguno que lo desposterguen.
Pero más allá de comprender yo tengo mis nervios, que son muy delicados y se alteran fácilmente. Esa tarde el calor era asfixiante. Hacía siete horas que se había cortado el suministro eléctrico. Los vecinos golpeaban cacerolas en la esquina de la Avenida. La habían cortado en ambos sentidos. Los oía como si estuvieran mucho más lejos. Yo sólo quería dormir la siesta. Era lo único que se podía hacer. Como no sabíamos cuando iría a regresar la energía nos tomamos todas las latas de cerveza que había en la heladera. Mi mujer dormía. El gato dormía. Pero yo no. Sólo escuchaba el golpe de la cacerola de los vecinos de enfrente. Eran tres en la terraza, que daba justo a la altura de nuestro piso, el segundo. Tenían una sola cacerola y la golpeaban por turnos con un cucharón estropeado. El barrigón la golpeaba menos seguido. Pero las dos chicas sí que le daban con ganas. Los observaba desde la cama con los ojos entreabiertos. El calor y la falta de luz me obligaba a mantener la ventana del balcón abierta de par en par. Los árboles y la calle empedrada nos separaban, pero yo sentía los golpes allí dentro de nuestro único ambiente. Por qué mierda no se iban a protestar con los otros? El ruido de una cacerola solitaria, qué podía conseguir? Sólo alterarme. Un golpeteo rítmico y absurdo en el medio de la tarde, en el medio de la nada. Y no se iba a detener más. Soporté todo lo que pude.  Saqué el bolso del ropero y armé el fusil. Tuve la precaución de ir a la terraza de nuestro edificio. Si se abría una investigación, lo cual era muy poco probable, sólo podrían determinar que la bala había sido disparaba desde allí. Deberían interrogar a todo el mundo. Nadie se iba a tomar tanta molestia. Así que reventé la puerta de la terraza de una patada, porque el inútil del encargado la cierra al pedo con llave todos los fines de semana, y me dispuse a ponerle fin a aquel asunto. A esa altura los árboles me tapaban completamente la visión de la terraza de enfrente. Podía guiarme por el sonido de la cacerola, pero no era un tiro seguro, además de que sólo conseguiría romper unas cuantas ramas y errar el disparo. Me sentí frustrado. No se podía estar mucho allí arriba, el sol daba de lleno. Sólo por el esfuerzo de subir ya estaba empapado en sudor. Bajé pateando los tachos de basura de cada uno de los diez pisos hasta nuestro departamento. Eso me tranquilizó un poco. Me desplomé al lado de mi mujer, rendido. Juro que lo intenté, pero esa cacerola seguía allí martillándome la cabeza. Ahora veía a una sola de las minas. Seguramente los otros se cansaron o se fueron a hacer lo suyo. Me importó nada las pericias policiales y me aposté en el balcón con el FAL buscando ángulo preciso. Por entre las ramas se abría un blanco hermoso. Sólo un tiro en la frente de aquella enajenada y adiós cacerola para siempre. Otra más que no saldría nunca del barrio, pensé. Estaba listo. Antes de disparar escuché la voz de mi mujer que me recriminaba algo. Buen momento para despertarse. La trayectoria de la bala fue impecable. Pasó limpia entre las ramas de los eucaliptos y dio justo dónde yo había apuntado. Su mano soltó por fin la cacerola, que cayó al suelo y reverberó por última vez en la tarde. El gato también se despertó, pero no dijo nada que yo pudiera entender. Buscó enloquecido una salida, se golpeó violentamente contra las patas de la mesa y arañó la puerta hasta que mi mujer le abrió y se fue tras él gritándome loco y animal y desquiciado y flor de hijo de puta y justo en ese momento volvió la luz y pude poner a enfriar más cerveza.

La noche del karaoke fue distinta porque ya estaba dormido cuando empezó el barullo enfrente. Me despabiló el griterío. Miré un rato largo por la ventana tratando de entender qué tan divertido podía ser poner una música horrenda y aullar por encima de ella y esmerarse por cantar más fuerte y peor que el otro y pegar gritos de euforia y lanzar carcajadas espantosas y pelearse por determinar quien ponía la canción más asquerosa. Algunas personas realmente tienen problemas. Aguanté un poco menos. Supongo que los años me fueron haciendo menos paciente. Entonces se me ocurrió que la solución era la terraza. No importaba qué dijera mi mujer. Escuché su voz como a tantas otras voces que revoloteaban por mi cabeza. Ella siempre tendría algo para decir, aunque no estuviera allí esa noche, aunque hiciera cientos de años que me hubiera abandonado. La terraza era indispensable porque el departamento de enfrente me quedaba un poco arriba desde mi habitación. Desde la azotea tenía un ángulo de tiro favorable. La ventana de los mocosos era bien amplia. Podía distinguir claramente a nueve de ellos. Tres mujeres, casi seguro que cuatro hombres y un ejemplar que a esa distancia podía ser cualquiera de las dos cosas, y que después fue identificado como masculino. Empecé con las chicas, no por una cuestión de caballerosidad, si no porque eran las que desafinaban más. Además coincidía que pusieron justo un tema de Shakira, así que había cierta armonía en la escena, por así decir. Acerté a dos en los primeros disparos, que callaron sus voces inmediatamente y para siempre. La tercera se me escabulló un poco porqué erré el tiro y le di a uno de los flacos que se interpuso de chambón que debía ser nómas. Pero al cuarto intento también la hice cagar. Ya no cantaban, o eso me parecía a mí, pero el griterío se volvió aún más insoportable. Uno a uno le fui tirando a los demás que intentaban esconderse debajo de la mesa o detrás de los sillones. Algún pelotudo apretó sin querer, o no, el botón de repetir y el tema de Shakira siguió sonando mucho rato más. Los bajé a todos, menos al andrógino que se me escapaba. Volteó la mesa y movió contra ella uno de los sillones y se hizo una bolita detrás de esa trinchera, sin dejar de cantar en ningún momento la canción que sonaba estúpidamente en los parlantes. Cantaba dando gritos, unos gritos insoportables entrecortados por el llanto y dónde están los ladrones? dónde está el asesino? estará revolcandoooooseeee en la casa del vecino. Comprendí que nunca se iba a callar, que cantaría para siempre. Y lo siguió haciendo. Siguió cantando incluso hasta que llegó la Policía y trataron de contenerlo y lo bajaron hasta la calle y lo subieron al patrullero y avanzaron algunas cuadras y hasta que uno de los agentes apagó su voz para siempre de un balazo en la garganta.   

11 comentarios:

  1. Me encanta el humor negro! El final es glorioso, todavía me estoy riendo. La verdad es que los putos vecinos son siempre insoportables. Buenísimo el relato. Abrazo!!

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    1. Muchas Gracias. Valoro mucho el comentario viniendo de vos.
      Abrazo grande.

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  2. Me encantó. Sobre todo el final, coincido con Germán, es genial.

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    1. Muchas Gracias. Me alegra que le guste y que haya regresado a comentar.
      Saludos!

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  3. Muy bueno el escrito!! tengo en la cabeza con voz y todo el "ni se te ocurra" :P
    Saludos!!

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    1. Bueno, espero que la voz no le persiga por mucho tiempo.
      Muchas Gracias, Don Pocholo.
      Saludos!

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Qué personajes los tuyos! Están más locos que los míos, y eso ya es mucho decir...
    Muy bueno, eh. Mi marido estaría de acuerdo con eliminar cualquier referencia a Shakira de la faz de la tierra.

    Abrazo!

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    1. La verdad es que se los extraña mucho a sus personajes. Qué se podrá hacer al respecto?
      Se agradece el elogio, doña.
      Saludos a Manuel, su marido.
      Abrazo grande!

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  6. Don villa! Usted está realmente loco! ¿No sabe el ruido que hace un FAL?

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    1. Oiga Don Panza, no se confunda. Los que están locos son mis personajes, hombre!
      Es verdad que las gomeras son menos ruidosas, pero también menos efectivas.
      Saludos!

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