Un cambio a tiempo a veces es bueno. Otras, tal vez no.
Supongo que tendrá que ver si el cambio depende de nosotros. Por ejemplo, si el
cambio es de amarillo a rojo, como pasó recién, y quedamos primeros en la fila
para cruzar la avenida y un loquito como este toma posesión de la senda
peatonal y se coloca frente a nosotros dispuesto a hacer malabares con fuego,
no creo que el cambio de colores en el semáforo haya sido del todo bueno. Eso
es porque el cambio no dependió de nosotros, me dice mi mujer, que está sentada
a mi derecha y me lee el pensamiento, a falta de interés por leer otras pavadas
mías, como este blog, por ejemplo. Nos miramos con cierta complicidad por un
momento. Yo intento a mi vez leer su pensamiento pero no lo consigo. Es
imposible saber qué piensa una mujer, siempre. Pienso, sabiendo que ella me está leyendo: si
yo hubiese acelerado, pasaba a tiempo. Pero vos después te quejás de que manejo
muy rápido y todo eso, por lo tanto el cambio un poco dependió de nosotros, o
de mí, que soy quien está manejando después de tres meses, porque vos no querés manejar más conmigo de
copiloto porque soy insoportable y un poco de razón tenés y entonces el cambio
también dependió de vos, o sea de nosotros, ves que tengo razón? Sí, dice ella,
pero mejor arrancá que este cambio de amarillo a verde te lo permite y el auto
de atrás se está impacientando un poco y nos lo trasmite a bocinazos.