miércoles, 22 de agosto de 2012

EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE







Ya tenía yo cierta cantidad de años  cuando la que se decía mi mujer decidió dejar de serlo. No voy a detallar los motivos por los cuales me dejó, pues al día de hoy también yo los desconozco. No sé si quiero escarbar mucho todo aquello. No sé si esto vale la pena ahora, o si valieron algo nueve años en pareja, o si hubo algo de valor entre nosotros que se pueda rescatar aquí. Creo que si alguien tuvo valor fue ella al ponerle fin a esa relación. Es una palabra difícil fin. Jodida. Tres letras nomas. Separadas pueden ser el inicio 
de cualquier cosa, pero juntas, así, en ese orden, en esa implacable disposición, es una sentencia inapelable. No hay más. Se terminó.  El fin, entendés?
En fin, yo mucho no entendía. Era más que nada un enajenado de la play station, un pelotudo del todo bien. Un mañana vemos, pasado lo arreglo, un ahora voy. No imaginaba- o sí, pero entonces no me importaba-  que ignorar los problemas, minimizar los conflictos, burlarme de las idioteces, traería 
sólo más problemas, agudizaría más cualquier conflicto, me dejaría a mí el papel de idiota.  No enfrentar los problemas que tienen nombre y apellido es una cosa terrible. Más cuando ese nombre y ese apellido coinciden exactamente con el tuyo. Yo dejé que se fuera. Luche más o menos lo que correspondía en esos casos. Quiero decir que envié flores, escribí cartas, la perseguí para ver si andaba con otro. Nada raro. Quiero decir, no fui a una bruja o intenté cortarme las venas, o fui borracho y llorando a trabajar y le grité insensible a un gerente y eso. O si? Es que yo mucho mucho. A ver, puede ser. Pará, a vos ya te conté esto? Porque esa es otra. Ustedes se levantan todo el tiempo y ya no sé a quién le hablo. Ya sé que siempre cuento lo mismo. Pero ustedes son mis amigos o qué? Porque esa es otra. Los amigos de a poco se van borrando. Se van cansando del tango, te van llenando de consejos. Empiezan a jugar a la escondida. El que cuenta sos siempre vos.
Si, fui borracho a trabajar. Por eso me habían rajado. Y estuve una semana o dos llorando por todo el departamento. Me acuerdo muy bien que le dejé que retire sus cosas junto a unas amigas, una tarde de mayo o de noviembre. Yo me fui a tomar mate con el portero y arreglarlo para que no le fuera con el chisme a la dueña y la vieja quisiera sacarme. Los dos habíamos firmado el contrato de alquiler, pero la garantía y sueldo alto eran de ella. Aparte ya no tenía mi trabajo. Cuando ella terminó con el asunto de la mudanza, supe que en realidad no tenía nada.  Nada verdaderamente mío allí y en ningún lado. Nada más que la soledad y la obligación de enfrentarla.

pero la soledad
                            esa guitarra
esa botella al mar
esa pancarta sin muchedumbrita
esa efemérides para el olvido
oasis que ha perdido su desierto
flojo tormento en espiral
cúpula rota y que se llueve
ese engendro del prójimo que soy
tierno rebuzno de la angustia
farola miope
tímpano
ceniza
nido de águila para torcazas
escobajo sin uva
borde importante de algo que se ignora
esa infinita libertad de gemir
ese carnal vacío
ese naipe sin mazo
ese adiós a ninguna
esa espiga de suerte
ese hueco en la almohada

esa impericia
ese sabor grisáceo
esa tapa sin libro
ese ombligo inservible
la soledad en fin
                              esa guitarra

Porque esa es otra. De pronto la poesía de Benedetti que tanto odiabas y que es el único libro que ella dejó en tu biblioteca te parece la mayor maravilla del mundo. Maldecís no haber copiado algo suyo en las cartas ridículas que le mandaste, que sabés que no leyó, que alguien leyó por ella. Descubrís que sos un boludo grande que llora, que lee a Mario Benedetti y que llora.
 Lo peor, salir a la calle, enfrentar de vuelta la vida, saber que fracasaste.
Lo peor, ser incapaz de escuchar algunas canciones, no poder ver las películas de siempre, o esas series de mierda.
Lo peor, contarle a la familia, anoticiar a los conocidos que ves de vez en cuando, explicarle al carnicero, aceptar que las milanesas salgan gordas y sin pan rallado.
Lo peor, saber que ella tenía razón, siempre fuiste un miedoso.
Lo peor, aguantarse las ganas de gritarle hija de puta, ahogarse en la rabia de saber que ella tenía razón, siempre fuiste un miedoso.
Lo peor, perder la confianza, esperar que suene el teléfono, acostarse solo la primera noche, revisar los mails a toda hora, ver sólo y desamparado a tu cepillo de dientes, creer que todavía podés hacer algo que nunca hiciste, llevarla a ver a Dolina, por ejemplo, darte cuenta de que nunca en la vida la llevaste a ver a Dolina con lo fácil que eso era y con todas las veces que se lo habías prometido y con lo bien que la hubieran pasado, con lo mucho que les gustaba a los dos. Lo peor, saber que ya no le gustás más.

A decir verdad, lo peor creo que fue haber ido borracho a trabajar. Estar por primera vez en la vida corto de efectivo. Los ahorros se los había llevado todos la innombrable. Porque esa es otra. Más tarde o más temprano te enrollás otra vez con alguien y su nombre pasa a ser proscripto. Es sano no decirlo para evitar peleas sin sentido. Lo bueno es que recuperas otros nombres que antes estaban a su vez prohibidos. Yo ahora puedo decir sin problemas Victoria, Andrea, Ana Paula y nadie se enoja, nadie me hace una escena.
Vivir solo en el departamento me resultaba imposible. Los ambientes eran muy chicos. Apenas un living-comedor 4,50 x 3,50 (balcón incluido), la cocina con  lavadero incorporado (de 1,80 x 2), el baño clásico y la única habitación de 3 x 2,50. Pero para mí las medidas eran en ese momento inabarcables con la vista. Fue por eso que compré el elefante.
Gasté lo último que tenía en la compra de Ernesto. Un elefante grande, enorme, gris, pero de un gris hermoso, brillante. Un elefante que si lo ves no te dan ganas de hacer otra cosa que pasarte todo el día abrazándolo. El nombre Ernesto se lo puse yo. Pero si lo ves te das cuenta enseguida que es un Ernesto, le queda bien el nombre. Todos me criticaron, todos me dijeron que estaba loco. Ernesto apenas entraba en el departamento. Y casi no tenía para darle de comer. Pero no hay casa chica cuando el corazón es grande, pensé yo, ya nos vamos a arreglar. Y por primera vez en la vida no me equivoqué.  Por primera vez me la jugué por lo que realmente quería.
Ahora me va bastante bien. Tengo una casa grande, mi mujer no me pide muchas explicaciones, mis tres hijas van al colegio y parece que estudian, trabajo de esto que me gusta, no tenemos perros, mi suegra vive lejos. Con el tiempo pude comprarle el departamento a los herederos de la vieja. Ernesto está cómodo allí. Le gusta. Un día de estos tengo que llevar otra vez a las nenas para que jueguen un rato con él. 

Nota: varias veces llevé a Ernesto al teatro a ver a Dolina, pero hasta ahora no han querido dejarnos entrar.







11 comentarios:

  1. No le presentes a Ernesto a este rey español que aún tenemos. No son muy afines.

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  2. T'a bueno, Villa. Buena incursión en los sentimientos, en lo que puede pasar por la testa en una situación así. Tengo que reconocer, sin evitar sentirme un tanto estúpido, que la parte del elefante no la entendí.
    Un abrazo, viejo.

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    1. Muchas Gracias Tago. Lamentablemente no puedo aclarar porque oscurece.
      Saludos!

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  3. Puro absurdo, como a mí me gusta! Muy bueno.

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    1. Me alegro que le guste. El absurdo solo se reconoce con el paso del tiempo.
      Muchas Gracias!

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  4. Che, enseguida me fui para allá. Enseguida me fui a mi viejo departamento de Pringles y Perón, y después, cuando empezó a estar mal la cosa, nos mudamos al de su abuela, al de Diaz Velez y Acoyte. Y como era el de su abuela, cuando se terminó de pudrir, me echó.
    y yo también andaba como estúpido, cayendo y cayendo sin terminar de caer. ¿Por qué me costó tanto llevarla a ver Sucesos Argentinos a la avenida Corrientes? Que boludo... me dejé estar.
    Al final en vez de elefante fue pasaje de ida a la mierda... hasta aquí. Y ahora ya no duele, por las caricias de mujer que sabe acariciar y la hija que me dió. Pero aquella otra persiste en el recuerdo y en tu relato.
    Hasta hace poco "Un pacto" me hacía llorar, menos mal que esto que escribiste lo leo ahora, tan lejos del huracán.
    Abrazo

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    1. Curioso que un huracán pueda afectar de alguna manera a un hincha de San Lorenzo.
      Muchas Gracias por leer y comentar. Saludos!

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    2. Claro que molesta... por suerte está lejos y abajo!

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  5. Nada mejor que un elefante grande, redondo y suave para curar las penas. La gente no entiende nada.

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