Un cambio a tiempo a veces es bueno. Otras, tal vez no.
Supongo que tendrá que ver si el cambio depende de nosotros. Por ejemplo, si el
cambio es de amarillo a rojo, como pasó recién, y quedamos primeros en la fila
para cruzar la avenida y un loquito como este toma posesión de la senda
peatonal y se coloca frente a nosotros dispuesto a hacer malabares con fuego,
no creo que el cambio de colores en el semáforo haya sido del todo bueno. Eso
es porque el cambio no dependió de nosotros, me dice mi mujer, que está sentada
a mi derecha y me lee el pensamiento, a falta de interés por leer otras pavadas
mías, como este blog, por ejemplo. Nos miramos con cierta complicidad por un
momento. Yo intento a mi vez leer su pensamiento pero no lo consigo. Es
imposible saber qué piensa una mujer, siempre. Pienso, sabiendo que ella me está leyendo: si
yo hubiese acelerado, pasaba a tiempo. Pero vos después te quejás de que manejo
muy rápido y todo eso, por lo tanto el cambio un poco dependió de nosotros, o
de mí, que soy quien está manejando después de tres meses, porque vos no querés manejar más conmigo de
copiloto porque soy insoportable y un poco de razón tenés y entonces el cambio
también dependió de vos, o sea de nosotros, ves que tengo razón? Sí, dice ella,
pero mejor arrancá que este cambio de amarillo a verde te lo permite y el auto
de atrás se está impacientando un poco y nos lo trasmite a bocinazos.
-No le dimos nada.- digo ahora en voz alta- Al flaco de los
malabares. No le dimos nada.
Mi mujer responde con un leve movimiento de hombros, restando importancia al asunto.
Sabe que me hago drama por cualquier cosa. Por ahí me paso el resto de la noche
dándole vueltas a esto. No lo puedo
evitar. De algún modo nosotros también estamos haciendo malabares para ir solos
al cine. Semana complicada, vuelta al colegio de las nenas, mucho laburo,
amigos yo te las cuido que al final no pueden nunca, abuelos que viven lejos y
no da para hacerlos venir más tiempo del que ya vinieron, y por eso aprovechamos
que vamos a buscar las llaves del dúplex que nos prestan para irnos de
vacaciones, cuyos dueños viven relativamente cerca de la casa de los abuelos, y
nos tiramos el lance de dejárselas y si tenemos suerte enganchamos a tiempo una
función de la película que queremos ver. Pequeños malabares.
Todo está saliendo según lo planeado. El trámite de la llave
fue muy bien. Parece una pavada más, pero no lo es. Lo contaré en otro momento,
cuando esté preparado. Adelanto que el dúplex en San Bernardo nos lo prestan los
padres de cierta mujer que solía ser mi esposa, y mi mujer actual está al
corriente de esto. Las nenas se quedan bien de los abuelos a pesar de Alfie, el
perro que mi hermana les dejó al cuidado porque ella está de viaje. Mis hijas
no se llevan bien con los perros. Cruzamos los dedos, montamos en nuestro
bólido de acero y partimos raudamente rumbo al cine.
Es en un shopping y
está lleno de gente. Eso es lo malo. Es un shopping gigante con miles de
millones de lugares para estacionar y con un complejo de cines de catorce mil
salas. Eso es lo bueno. Conseguimos entradas para Una noche de amor, la
película que tenemos ganas de ver. Eso es lo bueno. Nuestros lugares están
junto a seis cotorras insoportables, distribuidas dos del lado de mi mujer y cuatro
detrás haciendo cortina, y que no paran de vociferar pelotudeces incluso ahora
que está empezando la película. Eso es lo malo. Le propongo amablemente a una
de ellas si prefieren ir a hablar afuera y la muy educada responde gritando que
todavía NO EMPEZÓ LA PELICULA CORTALA. Le pido que se calme o llamo a
seguridad, una amenaza estúpida que en la puta vida iba a cumplir, y ella me retruca
tan envalentonada como lo puede ser una loca en esta situación que vaya y que los
llame. ANDÁ, grita y por suerte es lo último que dice y se queda orgullosamente
en silencio.
La película está muy bien. Un espejo de muchas parejas con
hijos. Imposible no identificarse en casi todas las situaciones. Lejos de ser
un film pretensioso, aborda muchos temas en pequeños conflictos y están bien
planteados y resueltos. El personaje principal es a la vez el guionista de la
película y me gusta que sea así y no al revés. Siempre son los actores de cine
quienes empiezan a interferir en los guiones hasta que deciden escribirlos
ellos mismos. En este caso el guionista decide que ningún actor lo puede hacer
mejor que él y consigue todo. Desde el director hasta
buenísimos actores para acompañarlo. Y se calza el papel principal y lo ejecuta
muy bien. Tomar una decisión y ejecutarla. Un tema que también se plantea en la
película. Fue una decisión acertada.
Salimos del cine y seguimos con nuestra rutina. Vuelta a
casa con las nenas dormidas. Una se despierta y quiere cenar. Se duerme. A la
hora se despierta la otra. Luego las dos cerca de las siete de la mañana. Mi
mujer los domingos a la mañana trabaja muy lejos y yo me quedo con las dos,
haciendo malabares para escribir esto, mientras ellas desordenan todo aquello
que en la casa se ajusta a la categoría desordenable. Una pequeña rutina. Una pavada que se parece bastante a la felicidad.
La peli la recomiendo y este escrito mas aun donde sos vos el guionista y protagonista.
ResponderEliminarGracias Anónimo.
EliminarTe amo Anónimo.
Muy bueno Villa! Sé de esos malabares...
ResponderEliminarMe gusto compañero, muchas gracias.
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